En Sucio, se conjugan directores, actores y bailarines de reconocido talento, en una pieza que es, esencialmente, un musical.
De este montaje conjunto de Ana Frenkel y Mariano Pensotti, sorprenden no sólo los tres protagonistas, que todos queremos ver hacer cualquier cosa que hagan: Carlos Casella, Juan Minujín, Guillermo Arengo, sino también los recursos estilísticos que recuerdan al llamado “nuevo teatro” en Nueva York de principios de los '80 del pasado siglo, un teatro altamente influenciado por las performances de estilo cabaretístico (en concordancia llamadas “nuevas performances”) que se realizaban en los clubes nocturnos como The Pyramid, 8 BC, The Limbo Lounge, etc. y que se caracterizaban por una estética pos-punk, que removía entre los recursos de los medios de comunicación, tanto para pensar su contenido como para armar su forma. En el nuevo teatro norteamericano, estaba bien visto utilizar dentro de la narrativa, video, reflejos y críticas de la TV, sonido compuesto y música, danza, y otros lenguajes visuales y corporales. De esta forma, los límites entre performance y teatro tradicional se habían difuminado. Algo muy similar sucedió aquí por la misma época. Basta evocar las noches del Parakultural o del viejo Cemento, y cómo influyeron las producciones del teatro de esa época, e incluso recordar cómo performers de aquellos espectáculos más despojados que los neoyorkinos, pero vibrantes, son ahora reconocidos actores de teatro oficial y de TV.
Pero volviendo a la obra que nos ocupa, ni los intérpretes nombrados ni sus directores pertenecen a esa generación. Sin embargo, los recursos utilizados -insistimos- recuerdan a aquel teatro off, aunque menos fastidioso o incisivo; vimos en Sucio: escenografía cinética y a la vez costumbrista, que nos ubica claramente en un lavadero automático (como los que hay en el barrio, sí, pero más similares a los que se ven en las series norteamericanas), iluminación que cambia de realidad a ensueño musical, recalcando la diferencia, micrófonos inalámbricos para los diálogos y para pasar el canto por la consola de sonido, coreografías acompañadas por bandas de sonido acordes al personaje, sin que haya una estética que las unifique, versiones de canciones para acompañar varias escenas. Todo ello espectaculariza la historia de tres hombres, o tres tipos de hombres pos-liberación femenina. Y aunque la tipología mostrada parezca acotada y tenga un halo de superficialidad (que no extraña y parece acorde, dada la forma que tiene el espectáculo), finalmente deja a los espectadores (a cada espectador con su biografía) la tarea de completarla luego de terminada la obra. No podemos catalogar fácilmente a cada personaje, porque cada uno encarna posibles historias de hombres, de perfiles humanos, absolutamente actuales, en cuerpos de hombre. Y en cuerpos también muy diferentes entre sí, cosa que promueve el desprejuicio.