Santiago Loza y Lisandro Rodriguez son autor y director respectivamente de La mujer puerca, un inquietante espectáculo protagonizado por Valeria Lois, que se da en Elefante Club de Teatro. No es la primera vez que trabajan juntos. Ya lo hicieron en He nacido para verte sonreír, en Sencilla, en Asco. Se entienden. Comparten mirada. Una mirada bastante perturbadora, por cierto, si tenemos en cuenta los mundos a los que se atreven a ingresar. En este caso, una mujer quiere ser algo así como una santa. Pero no lo es, no logra serlo. La puesta la presenta como un fenómeno de feria. El espectáculo, que se insinúa gracioso, pegará un viraje y dejará un sabor amargo. No diremos mucho más. Que digan los entrevistados. Que diga La mujer puerca. La entrevista se interesa por ese universo y por aquello que convoca a estos dos artistas a crear.
-Santiago: después de ver varios espectáculos cuyos textos son tuyos me preguntaba a qué se debía la recurrencia de los monólogos y por qué muchos de ellos tenían como protagonista a alguna mujer. ¿Qué te atrae de estos universos, de estas problemáticas?
Santiago Loza: - Lo primero que hice cuando empecé a escribir teatro fue un monólogo. Ese tipo de escritura para una voz me resulta muy tentadora y muy natural. Me atrae que aparezca esa voz, para luego acompañarla y seguirla. Hay algo de mucho disfrute en ello. También de padecimiento, claro. Lo que quiero decir es que hay mucha intensidad una vez que esa voz aparece. Respecto de los personajes femeninos, no tengo una respuesta. Cada tanto aparecen hombres, como en Matar cansa o Pudor en animales de invierno. Generalmente lo que me interesa es cierta zona vulnerada de los personajes, cierta fragilidad o cierta exposición sentimental. He pensado que lo femenino quizás tenga más autorización para esa zona que lo masculino. Pero la verdad es que cuando escribo no pienso en términos de género. Me parece que, sea un hombre o sea una mujer, siempre, cuando uno escribe, empieza a encontrar la voz del personaje. Uno comienza a ser algo así como un travesti literario. Eso es la escritura. No me propuse que se instalara el monólogo. Fue algo que apareció. Cada tanto hago obras que no son monólogos: hice Sencilla, hice Asco, por ejemplo. Pero la escritura para una sola voz es algo que sigo descubriendo y que no se me agota. A veces escucho eso de que se me conoce por escribir monólogos y me da miedo de quedarme en zonas conocidas. Es como si alguien que pintara cuadros de escala reducida no pudiera pintar murales. Pero me gusta pintar cuadros de escala reducida, estos mundos muy concentrados.
-Las obras no se parecen entre sí, aunque sean mundos muy concentrados.
S.L.:- No. Y también tengo la suerte de trabajar con directores, actores, actrices muy diversos y que han hecho que esos materiales resultaran escénicamente. Cuando el resultado es ése es muy tentador seguir generando.
-A vos. Lisandro ¿qué te atrae de esos materiales? Dirigiste varios textos de Loza.
Lisandro Rodríguez: - Me atrae mucho la escritura de Santiago. Cada vez que agarro un texto de él vuelvo a cero. Me conmueven muchísimo sus textos, me atrapan, me generan muchas ganas de ponerlos en escena. Siempre implican un desafío nuevo. No son textos que te la hagan fácil. Me interesa meterme en ese brete, empezar a descubrir la teatralidad que tienen, que para mí es mucha, aunque aparentemente no sea así. Son textos sumamente poéticos que, pareciera, no tuvieran teatralidad. Muchos actores con los que trabajé decían que les gustaban los textos, pero no sabían cómo hacerlos. Esa problemática me interesa desde la dirección: ver cómo configurar y llevar eso a la escena y cómo tomar diferentes decisiones en función de eso. En He nacido para verte sonreír, la decisión fue, trabajar con el “no humor” e incluso apretar eso. Hoy se usa muy frecuentemente y de manera peyorativa la palabra “solemnidad”. Nadie quiere tener solemnidad y a nosotros nos molesta un poco eso. Como si lo solemne fuese algo negativo siempre. No ser solemne significa, a veces, ser superficial y burlarse constantemente de las cosas. Se puede ser serio y tocar lugares que en el teatro habitualmente no se tocan, sin tenerle miedo a lo extremadamente sensible, profundo o doloroso.
-¿En La mujer puerca por dónde pasaría ese meridiano?
L.R.:- En La mujer puerca hay algo que se corre de He nacido para verte sonreír. Allí yo evitaba constantemente el humor. En cambio en La mujer puerca yo quería trabajar el humor.
-Sí: de hecho el espectador va mutando su expresión. Primero sonríe y luego cada vez la cosa se pone más dura.
L.R.:- Me costó mucho encontrar el humor al comienzo del espectáculo. Cuando decidimos trabajar con Valeria Lois me parecía que ella era casi como un bufón. Quise explotar ese lugar de ella. Sentí que el texto sugería algo de eso (o me tentaba a mí con eso) y traté de ir por ese camino. Busqué un personaje que provocara todo el tiempo siendo simpática y que a la vez, constantemente, lo corriera de un lugar al espectador. Como si alguien te diera la silla y de repente te la sacara. Hacia la mitad de la obra el personaje se oscurece cada vez más. Me interesaba trabajar el humor de eso, algo con mucha ironía y sarcasmo, burlón pero no burlado. Burlón desde el lugar del bufón, que está siempre ahí, en ese límite.
S.L.: - Creo que lo que han hecho los chicos es no parodiar. Creo que no hay un juicio sobre el personaje. Éste vive lo que vive mientras lo va narrando y los que espectamos vemos que hay algo que nos puede causar gracia en esta venda que tiene el personaje frente a lo que le pasa. Pero lo de Vale es totalmente serio en su humor. Por eso tiene esa contundencia actoral.
L.R.: -Con mucha verdad.
-Como se decía antes, “defiende el personaje”.
S.L.: - Yo creo que sí.
L.R.: -Sí, pero no desde una lógica sicológica, sino desde un presente. Ella va construyendo el personaje en el presente. A mí me interesa eso. Vuelvo a la cuestión de la solemnidad. Suele escucharse “a mí no me gusta lo solemne” o “le escapo a lo solemne”, o cosas así, que a mí me molestan, porque la mayoría de las veces escapar de lo solemne implica no hacerse cargo del problema o de lo profundo que te puede presentar un personaje. Se cancherea sobre ciertas zonas de las que a nosotros nos interesa hacernos cargo.
S.L.:- Tiene que ver con no tolerar ciertas zonas de dolor y no poder hablar, como si en el teatro contemporáneo fuera tabú. Me refiero a la muerte o a ciertos temas ríspidos. La mujer puerca habla claramente de la religión, y es como que si uno toca ciertos temas debería hacerlo de una manera canchera. Particularmente me siento cero canchero. No podría serlo. Creo que, frente a lo que pasa, hay que tomar ciertos temas en serio. Uno tiene posturas frente a determinadas cosas. Tengo cierta sensación y no me causa gracia todo, ni me da todo lo mismo y me preocupa lo que acontece. Si lo que uno hace no refleja el dolor que tiene frente a algunas cuestiones, me parece que no tiene mucho sentido hacerlo.
L.R.:- No es por ponerse serio frente a eso, sino que se trata de tomárselo en serio. Es algo que Santiago y yo compartimos. Es lo que proponemos desde este lugar (Elefante), en las cosas que hacemos juntos: no hacernos los desententidos con lo que contamos.
-No mirarlo desde afuera, querés decir.
S.L.:- Se trata de tener una paridad con lo que contamos. Yo cuando escribo no soy más que el personaje que escribo. Trabajamos a la altura de los ojos del personaje. No está en nuestras producciones la idea que se nos enseñó al estudiar guión de cine o dramaturgia de que los personajes son muñecos. No. Los personajes son extensiones de uno y están a la par. Estamos tan perdidos como ellos cuando armamos relatos. Si escribo es porque no sé, porque tengo que saber. Cuando escribo estoy perdido en esa maraña tratando de salir. Por eso se termina armando obra. Hay mucha ternura hacia los personajes. En Matar cansa, en donde se habla de un asesino, la única manera de entrarle es sentir conmoción por eso. Si no, no hay forma de que uno pueda entrar en esos mundos.
-¿Estos universos surgen primero de tu cabeza, Santiago, y después los conversan?
S.L.:- Según el caso. Generalmente es una propuesta de Lisandro para trabajar con tales y cuales actores o una propuesta temática, o una imagen que aparece. Yo voy y escucho y luego proceso o me infecto del material, me dejo tomar por él y genero obra y entrego.
-Y después ¿vas a los ensayos? ¿Opinás?
L.R.:-Para mí es sumamente importante, por la forma que tenemos de trabajar con Santi, su mirada de los ensayos. En La mujer puerca originalmente había otro personaje. Incluso en un principio fue escrito para otra actriz. Yo se lo pedí a Santi. Finalmente la actriz no pudo participar porque le surgió otro trabajo. Hasta ese momento había otro personaje en la obra. El personaje femenino que hoy quedó le hablaba a un anciano. Pero lo probamos y no funcionó.
-En relación a esta cuestión de “a quién se le habla”, hay algo que llama la atención y es que ella, la protagonista de La mujer puerca, parece hablarle a ciertos interlocutores que somos los que estamos sentados ahí, el público. ¿Qué buscaron con esa decisión de puesta?
L.R.:- Fue muy complejo el proceso. Se trata de un texto muy difícil. Me acuerdo que un día estaba con Vale acá, en la cocina, hablando. No sé qué situación se dio en la que ella quedó arriba, en la cocina y yo abajo. De pronto le dije: “Es eso. Es una conferencia que ella da”. Una conferencia en la que le habla a cada uno en particular, le dirige el texto a cada persona. Ella es una especie de fenómeno que pusieron ahí y que hace su show, como un stand up. A la vez, esa elección establece una convención teatral. Así es que la decisión de que se dirija al público tiene que ver con todo eso junto. No es que le hable a la gente que va a la iglesia o algo así. No hubo algo claro al respecto. Hay puntas que ordenan y luego funciona como una convención.
- Una convención que genera algo en el espectador, que tiene consecuencias.
S.L.:- El espectador se siente interpelado.
L.R.:- Es que yo le dijo “Vale: vos deberías poder hablarle por lo menos una vez a cada espectador”. Si son 40, cada uno debería tener su momentito, como si la obra estuviese ofrendada a cada uno en particular. Hasta que en un momento el personaje abandona eso y ya no puede vernos. Ésa es la distancia que de repente debería marcar. A partir de ese momento ya no es más accesible.
S.L.:- Siempre es un tema, en una situación de monólogo, a quién se le habla o cómo uno disfraza eso, porque finalmente el interlocutor siempre es el público. El actor necesita saber y el director también, a través de quién nos habla a nosotros como público. Siempre la cuestión es cuál es el yeite que aparece para que haya un interlocutor a quien se le habla, para terminar hablándole al público. Es trabajoso encontrar la mejor forma de plantear ese interlocutor. En La mujer puerca, había una propuesta del texto que no funcionó. Había otro personaje con una función específica. Al sacar ese personaje parecía que podía no haber obra. Era riesgoso. Sin embargo la obra se sostuvo.
-¿Existe en ustedes una búsqueda de una teatralidad (algo se dijo en relación a los monólogos) que tenga que ver con los universos íntimos, mínimos?
S.L.:- Ambos estudiamos dramaturgia en la EMAD con Mauricio Kartun. Y él dice que la obra se construye y transcurre en la cabeza de quien especta. Para mí entender eso fue clave para terminar de entender el discurso teatral. Lo que me interesa es escribir algo que aparentemente tenga cierta simpleza, pero quiero que el relato que narra o el mundo al que alude sea mucho más grande de lo que vemos. Cuando un empieza a entender el periplo de la protagonista de La mujer puerca, de pronto se vuelve mucho más de lo que estamos viendo. Desde la escritura yo no pienso en la puesta. Soy consciente de que se va a trabajar en una sala como Elefante, que tiene ciertas características, y pienso por dónde puede llegar a ir la cosa, pero es muy difusa. Yo no sabía dónde ella hablaba, El relato va más allá de la situación espacial presente.
- ¿Te interesa, Lisandro, lo mínimo, lo íntimo o es sólo una característica que se dio así porque la sala es pequeña?
L.R.:- Creo que me interesa ver los ojos al actor, me interesa lo pequeño. No sé si no me interesa trabajar en la sala Martín Coronado. Me gusta trabajar en este lugar. Creo que tiene que ver con eso. Quizás sea una necesidad de ahora. Me cuesta mucho sacar los ensayos de este lugar. Hay algo de la relación con el público que se me hace muy clara acá. Me cuesta mucho ir a los teatros grandes a ver obras grandes. No entro en el código. Entonces creo que hay algo de lo actoral de ese aura que puede generar un actor, que es muy difícil que pueda suceder en un espacio grande.
- Santiago: ¿en qué te parece que incide en el teatro tu experiencia de director y guionista de cine?
S.L.:- En que trato de que no se toquen. He intentado que sean ámbitos de expresión distintos. Para mí el teatro ha sido en estos últimos años un espacio muy reconfortante. Un lugar de encuentro con gente, amigos, que me ha permitido ser parte de un sitio como éste, Elefante, un lugar de refugio, coa que el cine ya no era o no es. El cine es más complicado, implica un proceso más largo. Por más que uno filme películas de bajo presupuesto, éstas demandan un tiempo de preparación, posproducción, exhibición. Tiempos muy largos. Y algo del deseo de uno comienza a diluirse. El teatro tiene que ver con lo posible. En el caso de la escritura había algo que a mí en cine ya no me gratificaba. Trabajar la palabra, trabajar el lenguaje, a veces se da de patadas con la lógica del cine. Y en el teatro terminé de animarme a esa zona más del escritor, terminé de hacerme cargo de que eso iba a ser parte del oficio, otra forma de expresión permanente.
-El título es muchas veces un condensador de sentido ¿Por qué surgió este título, La mujer puerca?
S.L.: -Los títulos, además de ser una condensación de sentido, son, a veces, una llave poética para entrar a un material. Siempre es difícil encontrar un título. Esta obra tuvo varios, y en un momento había que definirse. Se llamaba Puerca, pero ese nombre no se podía usar porque ya tenía un registro. Hubo llamadas de teléfono desesperadas y en un momento apareció La mujer puerca como si fuera un fenómeno, como si fuera “la mujer barbuda” o “la mujer sin cabeza”. Se me vino “la mujer puerca” como un objeto a presentar frente un público, del mismo modo que funciona “el hombre elefante”. Porque ya había visto la puesta y eso fue lo que terminó de definir el título.
-¿Cómo trabajan acá? ¿Cómo es la lógica de esta sala?
L.R.: -En principio es un espacio de producción nuestra. Somos 5 personas. Cada uno tiene la posibilidad de hacer lo que quiera en la sala, ya sea solo o con los demás, y después invitar o compartir el espacio con gente amiga o querida, gente que sintamos que pueda ser parte de la convivencia. Éste es un lugar de convivencia. Antes que la obra es necesario poder convivir con la gente que participa de la obra.
S.L.: - Es una sala pequeña, medio frágil. Somos los mismos los que trabajamos que los que atendemos la barra o hacemos la limpieza. Creo que lo que se busca siempre es que la gente que se invita pueda aceptar una convivencia donde no haya empleados ni intermediarios. Son colegas los que acomodan las luces o limpian el baño. Uno conoce a la gente que entra a la sala. Es un trato personal que tiene la sala. Eso se trató de mantener siempre. Es que es antipática la figura dela curaduría. ¿Por qué vos vas a señalar qué puede entrar o no? Entonces lo que hay son afinidades, relaciones que se van a haciendo con el tiempo.